Editorial: La democracia no es debilidad, ni la tolerancia es pasividad

En efecto, cuando hablamos de estas dos palabras íntimamente relacionadas, la democracia no es debilidad, ni la tolerancia es pasividad. Eso lo demuestra la madurez del accionar en dos competencias tan sencillas como lo son "dirección de personas" y "flexibilidad".

El totalitarismo se delata frecuentemente a sí mismo por su pretensión de absoluta infalibilidad. Por su soberbia, y, por sobre todas las cosas, por su profunda intolerancia y su constante falta de respeto.

Los totalitarios creen que hay una verdad que no se discute: la de ellos mismos, que está pretendidamente por encima de todas las opiniones de los demás. Tanto es así que, en el plano de lo político la verdad y la opinión se deslizan, según enseña la historia, hacia el totalitarismo.

Los desplantes innecesarios de los totalitarios, sólo evidencian la dramática pequeñez de los actores que lo hacen y los rodean. Porque es cierto aquello de que, si la sencillez es la virtud de los sabios y la sabiduría la de los santos, la tolerancia es nada menos que ambas cosas a la vez para quienes obviamente no son ni lo uno ni lo otro.

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